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Requiem por la bailarina de una caja de música

RESEÑA EL EL BLOG DE BIENZOBAS

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Corre el año 1925. El dictador Miguel Primo de Rivera quiere dar una nueva imagen a su régimen de terror y el Directorio Militar se transforma en Directorio Civil. Un cambio de imagen pero no de entrañas, con el visto bueno de algunas agrupaciones políticas que se las dan, entonces y ahora, de democráticas.

Si la Dictadura tuvo como pretexto la “inestabilidad social”, Réquiem por la bailarina de una caja de música hace justicia o, al menos lo pretende, con la historia. La sombra del Trienio Bolchevique corre por la calle de La Palma, por la de Saúco Díez, Plaza del Ayuntamiento…, por Ciudad Real, hasta que se hace ver en un Apocalipsis púrpura. ¡Lástima que hoy, si se volviera a materializar, nos pillaría desprevenidos! ¡Lástima! Antes tendremos que despertar nosotros.

Noviembre de 1925, poco antes del lavado de cara del dictador que no obtuvo ni el apoyo de los suyos, Joaquín Córdoba Martín de la Vega, oscuro periodista de un no menos oscuro periódico de provincias, sufre una pérdida de memoria queriendo deshacer entuertos, bueno, algo más prosaico, darle unas cuantas hostias al gordo Balboa por disfrutar haciendo daño a las heroínas de siempre, las que regirían la res publica mucho mejor que sus hijos. Metido a investigador por la fuerza de los hechos, intenta recuperar el vacío de unas cuantas horas de infierno que despiertan las iras de los, como ahora se dice, políticamente correctos, también los de siempre.

La primera novela de José Ramón Gómez Cabezas cumple a la perfección una de las normas de la novela policíaca (negra, de intriga, de acción –thriller dicen los que renuncian a su lengua materna-), la que afirma que la historia se cuenta al revés, es decir, desde el final hasta el principio. Y lo hace muy bien. No en vano José Ramón desarrolla las artes de la psicología, de la que sabe mucho, y nos introduce, como quien no quiere la cosa, en la sociedad ciudadrealeña, nos movemos entre sus gentes, entramos en sus tabernas, en sus iglesias, en las redacciones de periódicos sin compromiso o con él, vamos, incluso, de putas y hasta conocemos los secretos de sus mazmorras.

Como digo en permanentes flash back, y de la mano de Joaquín, asistimos al indirecto origen de un crimen ocurrido el 20 de noviembre de 1925. Como dice el propio Joaquín, todo empezó en la capital. Bueno, probablemente comenzara antes, pero los recuerdos que yo asocio a los hechos se circunscriben a una madrileña mañana gris del mes de febrero, hace un par de años, cuando Joaquín iba a la capital a aprender el oficio de periodista. Pero se llevó de allí la marea blanca y poco más en el vértice anarquista.

Narrada en primera persona el lector sólo es cómplice del protagonista. No sabe más que él y no conocerá el resultado de sus torpes investigaciones hasta que el protagonista no las sepa. La intriga, muy bien urdida –y muy sabiamente narrada-, nos lleva hasta el final de manera casi febril, deseando saltar la página para avanzar en conocimientos de los hechos.

Queda en la investigación un padre comprometido con la causa republicana y deudor de sufrimientos del hijo. Y queda tras la investigación un héroe que no lo fue, un jefe de policía de Tomelloso. Lugar mágico recuperado unos años después por otro jefe de policía, un tal Plinio de gratos recuerdos para el lector. ¿Qué tendrá La Mancha, con mucho pan, y mucho vino, y mucho tocino, y muchas historias memorables? ¿Qué tendrá La Mancha que da gente como Alonso Quijano, Joaquín Córdoba, Plinio… qué saltan del terruño al universo entero? ¿Qué tendrá La Mancha que nos regala con bellezas metidas a políticas?

Y al final no es más que un amor. Tres hombres enamorados de una mujer. Un triángulo con cuatro vértices (¿lo llamaremos rectángulo? ¡No señor! Es más bonito un triángulo de cuatro lados. Seamos transgresores al menos en los papeles, en los dígitos, deberíamos decir mejor). Bien es verdad que el amor no engendra, en este caso, el crimen. Cierto. Pero está detrás de él. Claro, que no podía faltar el dinero en forma de fábrica explotadora de obreros. De ahí el sabio recurso al Trienio, a la referencia a la Semana Trágica de Barcelona que, aunque Ciudad Real quedaba lejos –entonces más que ahora-, el empresario Mesoneros fue allí a estudiar el sistema de explotación capitalista. Y lo aprendió. No en vano utilizó a unos polizontes como los Expósito para zumbar la badana a los obreros. Esos a los que Antonio Mesoneros se refiere de la siguiente guisa: Esos sindicalistas de mierda, ¿qué se creían? Los muy insensatos hablaban de sus derechos. Derechos… Ellos no tienen derecho a nada.

Menos mal que pasaron aquellos años. Ahora ya los trabajadores tenemos derechos. Derecho a votar al que más nos robe. Derecho a que nos despidan del trabajo, con más o menos indemnización. Derecho a pagar una “crisis” que no hemos contribuido a crear. Derecho a pisar comisarías después de una protesta “contra el sistema”. Derecho a… Mejor, ¿no? ¿o igual? ¿o…?

Réquiem por la bailarina de una caja de música es de lectura obligada, no sólo a los que les guste la novela negra, también a todas aquellas gentes que les guste conocer su pasado reciente, que les guste la buena literatura, que les guste apagar la televisión y sumergirse en historias a la luz del fuego… Además, ¡qué coño! Termina bien. Se hace justicia, aunque nuestro protagonista, del que José Ramón afirma volveremos a saber de él, no intervenga casi en nada.

GÓMEZ CABEZAS, JOSÉ RAMÓN: Réquiem por la bailarina de una caja de música. Editorial Ledoria. Toledo, 2009. 188 páginas. ISBN: 978-84-95690-45-6

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